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Violentómetro en mano: es violencia, no es normal.


Cuando hablamos de violencia de género, muchas veces pensamos en agresiones físicas graves, crímenes o denuncias notorias. Pero la realidad es que hay formas mucho más sutiles —menos visibles para unos, pero muy reales para quienes las viven— que normalizamos sin cuestionarlas. Estas manifestaciones sutiles, aunque no sean golpes, no son “normales” ni inofensivas: forman parte de un sistema que perpetúa el poder desigual entre géneros.



  • Según la Universidad de Costa Rica (UCR), la violencia contra las mujeres es un problema persistente: a nivel global, 1 de cada 3 mujeres ha sufrido algún tipo de violencia de género durante su vida.


  • En Costa Rica, el Observatorio de Violencia del Ministerio de Justicia y Paz reporta que durante 2023, un 48 % de las agresiones contra mujeres fueron por violencia física, y un 27 % fueron agresiones psicológicas.


  • Además, el Observatorio de Violencia de Género del Poder Judicial costarricense documenta que el femicidio —la forma más extrema de violencia— es una realidad grave para muchas mujeres.



Un concepto clave para entender estas dinámicas ocultas es el de micromachismos. Fue propuesto por el psiquiatra Luis Bonino Méndez, y se refiere a actitudes, frases, gestos o conductas diarias que, sin levantar demasiado ruido, refuerzan la idea de que los hombres deben tener más poder o autoridad, o que las mujeres “deben” cumplir ciertos roles.


Algunos micromachismos son “utilitarios”: refuerzan la idea de que la mujer está naturalmente destinada a cuidar, limpiar, servir, o asumir tareas del hogar, como si fuera algo inevitable. Otros son “encubiertos”: no dependen de la fuerza física, sino del afecto, la manipulación emocional, la imposición disfrazada de “ayuda” o “preocupación”. Por ejemplo, comentarios como “te imprimes demasiado cuando estás emocional” o “deberías hacer esto porque eres tan buena cuidando” pueden parecer inofensivos, pero refuerzan estereotipos de género.


¿Por qué estas microviolencias importan?

Estas actitudes sutiles tienen un impacto profundo:


  1. Normalización de desigualdades: Cuando las microagresiones se repiten, se vuelven parte de lo “cotidiano”. Se crean expectativas de género rígidas, y las personas internalizan que ciertos comportamientos son “normales” o inevitables.

  2. Daño psicológico acumulado: Las mujeres que reciben constantemente estos mensajes pueden sufrir una disminución de autoestima, una sensación de incapacidad o dependencia emocional.}

  3. Puerta de entrada para violencias mayores: Estos micromachismos no suelen verse como agresión, pero pueden legitimar y preceder formas más graves de violencia.


De hecho, un artículo de opinión señala que los micromachismos son “violencias de alta intensidad, extremadamente peligrosas por su cotidianidad y persistencia en el tiempo. … lenta y continuadamente … el agresor construye un espacio de desequilibrio emocional”.


El rol de los sesgos

Parte de este problema se basa en sesgos cognitivos y sociales que perpetúan la desigualdad:


  • Sesgos de género internalizados: Muchas personas no identifican estas microagresiones como violencia porque han crecido en una cultura donde se minimizan o justifican actitudes sexistas.

  • Negación institucional o social: A veces la sociedad (o incluso las víctimas) minimiza estas conductas porque no se consideran “lo suficientemente graves” para denunciar o para alertar.

  • Sesgo de normalización: Al repetir conductas sutiles, se vuelven parte de la rutina; las “pequeñas” desigualdades no se ven, pero refuerzan un sistema desigual.



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Infografía facilitada por el Instituto Politécnico Nacional.



El violentómetro: una herramienta para ver lo invisible


Aquí entra en juego una herramienta muy útil: el violentómetro. Se trata de una regla gráfica creada por la Dra. Martha Alicia Tronco Rosas para clasificar las manifestaciones de violencia en una relación de pareja.

  • El violentómetro está dividido en niveles de color (verde, amarillo, rojo) que representan situaciones de alerta conforme la violencia puede escalar.

  • En el nivel más bajo (verde), están esas conductas que muchas veces ignoramos: actitudes sutiles, control, desvalorización, ciertas formas de manipulación.

  • Luego, si no se interviene, esas microviolencias pueden escalar hacia niveles más peligrosos (“¡Reacciona!”, “¡Necesitas ayuda!”).

Usar el violentómetro permite poner nombre a lo que muchas veces no reconocemos como violencia. Nos ayuda a identificar esos comportamientos que no son golpes, pero que marcan territorio emocional, psicológico y simbólico.


¿Por qué la violencia de género se sigue perpetuando?


La violencia de género existe porque no es solo un problema individual: es estructural. Algunos elementos que lo mantienen:

  1. Desigualdades históricas de poder: Las relaciones de género se han construido sobre la base de un sistema donde los hombres han tenido privilegios en lo económico, social y cultural.

  2. Cultura del silencio y la normalización: Muchas microviolencias se naturalizan, porque parecen “pequeñas” o porque hemos aprendido a tolerarlas.

  3. Falta de educación con perspectiva de género: No siempre se enseña desde jóvenes cómo detectar estas dinámicas.

  4. Limitaciones institucionales: No todos los sistemas de justicia o prevención están preparados para abordar la violencia no física, la psicológica, o simbólica.




¿Qué podemos hacer?


  1. Visibilizar: No normalizar frases o actitudes machistas como “tonterías”; poner límites incluso en lo cotidiano.

  2. Apoyo institucional: Exigir y fortalecer programas de prevención de violencia de género que consideren violencia psicológica, simbólica y estructural, no solo la física.

  3. Escucha activa: Si alguien te comenta que ser controlada, manipulada emocionalmente o no respetan tus ideas, tomarlo en serio. No siempre hace falta ver moretones para que duela.


La violencia no siempre duele de forma física. A veces se cuela en los gestos, en las palabras, en los silencios o en la leve imposición de quién “debe hacer qué”. Esas microagresiones, esos micromachismos que parecen “pequeños”, no son inofensivos. Son parte de un sistema más grande. Herramientas como el violentómetro nos ayudan a dar visibilidad, a nombrar lo que está mal y a frenar antes de que escale. Reconocer estas dinámicas es un paso clave para que la igualdad de género deje de ser solo una aspiración y se traduzca en relaciones más justas y respetuosas.

 
 
 

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